En las aldeas de Pedrafita hasta Palas de Rei, siguiendo el trazado del Camino Francés, prácticamente todos los negocios que uno se encuentra están destinados a los peregrinos. La ruta jacobea hace que villas como Sarria, Portomarín o Palas están repletas de comercios y población, pero seguramente su lectura más positiva sea que dio vida a los núcleos más pequeños de la provincia. Aldeas de cinco o siete casas con apenas diez vecinos que sufren de primera mano la despoblación pudieron estrenar su primer negocio gracias al paso de los peregrinos. Lo que implica que sus vecinos tuvieron la oportunidad de quedarse.
Es por ejemplo el caso de Sabugos, en Pedrafita do Cebreiro. Allí Carmen abrió Casa de Rodríguez. En esta aldea viven unos 15 vecinos, que desde hace años pueden disfrutar buena parte de los meses de un tránsito constante de nuevos habitantes, aunque sean temporales. «En las aldeas no hay gente y los peregrinos dan mucha vida», asegura Carmen. Una gran parte de los visitantes son extranjeros, lo que permitió por primera vez a estos lucenses, ya de avanzada edad, conocer otras culturas sin salir de su aldea.
El mismo caso es el del matrimonio Alberto y Ángeles, que regentan Casa do Franco en la aldea de Furela, en Samos. Ambos nacieron en pueblos cercanos e instalaron el restaurante en un núcleo de apenas siete casas. Ya no todas están habitadas, pero vecinos de la zona pudieron tener por primera vez una cafetería desde que desaparecieron las antiguas cantinas del rural lucense. «Por aquí pasa moita xente e animan ao resto de veciños».
Ni siquiera una cantina hubo en la aldea de Pasantes, en Triacastela. Pero ya cuenta con su primer negocio después de que un matrimonio y su hija instalasen en una casa familiar una tiendas de productos agroalimentarios que también ofrece degustaciones. Fue la segunda opción para dar una nueva vida a la casa después de que no consiguieran venderla. Ahora es lo que revive al pueblo.
Los gerentes de estos negocios, los que se encuentran antes de Sarria, concuerdan en destacar la disminución de caminantes antes de los 100 kilómetros. Como por ejemplo el gerente de Casa de Campo, en Gosende, Samos. El lucense abrió el negocio hace unos años para atender al gran tránsito de caminantes, lo que también atrajo a su restaurante, especializado en carne gallega, a comensales de la comarca de Sarria. Actualmente ha dejado de lado el Camino para centrarse en ofrecer la mejor carne.
En la aldea de San Martiño de Lousada, en Samos, los vecinos no solo pueden disfrutar del primer negocio del pueblo sino también de servicios tan innovadores para el rural como yoga o reiki. Es donde Armiche Bello ubicó su galería de arte. A ver sus obras y acudir a sus clases se apuntan caminantes pero también gente de la zona.
Las aperturas de estos primerizos negocios también vienen de mano de habitantes de fuera de Lugo. Es el caso del australiano que abrió un espacio de acogida para los peregrinos en Montán, Samos. Para los vecinos fue una alegría la llegada de gente joven. Además, esta aldea no se encuentra a pie del Camino. Pero gracias a «Terra da Luz», su negocio, los caminantes se desvían y visitan la aldea.
El último de los ejemplos es la aldea de A Balsa, en Triacastela. Este pequeño núcleo vivió la apertura del albergue El Beso, en manos de Jessica, italiana, y Marijn, holandés, que complementan el hospedaje con actividades y comidas. Por esta importancia en el Camino, la aldea será reformada por el Gobierno, ya que conserva arquitectura histórica.
Fuente: La Voz de Galicia