Tristan Dyl entraba ayer en el Obradoiro cargando con una pesada mochila azul, tras recorrer 2.147 kilómetros desde su ciudad, Liège. El peregrino belga partió el 10 de abril. Se pasó los últimos dos meses caminando para cumplir el sueño de su abuela, Danuta. «Ella siempre había deseado venir aquí, a Compostela, pero murió hace dos años. Y para mí era un objetivo hacerlo por ella», explicaba con una gran sonrisa a los pies de la catedral santiaguesa.
Pero este era solo uno de los tres motivos que llevaron a Tristan a embarcarse en el Camino de Santiago, por primera vez y en solitario. Planificó el largo viaje con el propósito de llegar a su destino justo el día de su 30 cumpleaños. Allí lo esperaban sus padres, quienes viajaron en coche para darle la bienvenida en la meta jacobea y compartir con él la experiencia que Danuta nunca llegó a vivir. Además, el belga creó una nueva empresa de vinos de importación y aprovechó la peregrinación para conocer a productores de las distintas regiones por las que pasó y sus bodegas. En Galicia, había un blanco de Raúl Pérez que tenía reservado para el final de su aventura, llamado Ultreia, como el saludo entre peregrinos con el que se sintió arropado por esa gran familia en los últimos 70 días.
Para él, lo más duro fueron las molestias físicas, especialmente los últimos días, pero asegura que nunca pensó en rendirse y todos los dolores se desvanecieron con el subidón de endorfinas de verse en el Obradoiro. Tampoco se arrepiente de haber hecho el Camino solo. Eso le permitió reflexionar, perderse en sus pensamientos y crecer en lo emocional.
Fuente: La Voz de Galicia